
Al hablar de ‘hombre chileno’ es una forma gráfica acerca de un patrón común entre una gran masa dentro Chile, esto porque es una constante que llama profundamente mi atención, ciertos rasgos comunes entre hombres (así tal cual con género explícito) que ya parecen ser parte del colectivo. Puedo equivocarme, pero esto se manifiesta tan a menudo que parece confirmar mi teoría.
Me permito resaltar uno, la cobardía, llega a tal punto que puedo hacer comparaciones de grados de cobardía entre unos y otros, pero el factor tiempo y espacio me condiciona, además sería una lata; pero si, existe cobardía en todos ellos.
Es evidente que hay temores en toda persona y es una condición de ser humano y dichos temores tienen un sentido mucho más profundo, sin ellos no existe la búsqueda a una superación. Pero en Chile el hombre es “choro”, no valiente, se exalta fácilmente con una ofensiva que la mayoría de las veces carece de sentido. No veo valentía, honor, nobleza, la altura por excelencia, que según he sabido existe en otros países y que tuvo Chile decenios atrás. Aquel hombre bizarro impulsado por el coraje e imponente se ha extinguido, dando paso al “choro” de nuestros tiempos, al personaje que dice “no, mi’jita, yo la defiendo”. He ahí el hombre símbolo, el que no maneja con buen criterio situaciones espontáneas, el que rehuye la posibilidad enfrentar sus temores, el que deja toda creación en manos de otro o del etéreo destino, el que cómodamente espera y no busca por miedo a equivocarse, el que evita avanzar por miedo a lo desconocido, el que se lo pasa la vida esquivando desafíos, o el que desde su casa siente que aporta viendo noticias, dejando sus ratos de hobby para la transmisión de un partido de fútbol o en su defecto para el Kike Morandé (da lo mismo a falta de uno está el otro, es a lo que yo llamo recreo mental). Pero hagamos una analogía con el sexo femenino, nosotras tenemos más sentido de nuestra esencia y la valoramos como tal sin miedo.
Es más común que mujeres frente a sus temores sean capaces de hacerles frente y más aún, superarlos.
Un punto a favor es que este modelo es soñador, sueña con avanzar, sueña con producir, y sueña debido a la falta de visión, ya que la ciega espera de algo prometedor lo deja ahí sentado frente a cualquier clase de monitor para sentir que lo que anhelan será reflejado en la extensión de su cerebro como lo es una pantalla. La estrecha relación entre ellos y una pantalla cualquiera se debe al miedo a pensar, a escarbar en su interior, meditar sobre si mismo y descubrir lo patéticos que pueden llegar a ser.
Como siempre están esperando esa revelación espontánea de su suerte e impulsados por su miedo, pierden todo sentido del compromiso, el compromiso los aterra más que nada, tratan de manejar situaciones con promesas creyendo que salen airosos total para eso están las aspirinas, para escapar de posibles compromisos, o bien, hablan hasta el cansancio de proyectos que nunca concretarán.
La falta de compromiso se manifiesta de la misma forma con amigos, familia, trabajo, novias y hasta con ellos mismos.
Pienso en mis relaciones, cortas o largas, intensas o no, siempre el factor cobardía ha estado presente, independientemente de la calidad de estas, me he visto involucrada con el arquetipo chileno y bueno, no me ha quedado otra siendo compatriota de ellos.
Un libro que leí hace poco de Armando Roa, me hizo reflexionar sobre el hombre chileno, al fín mi percepción tenía un respaldo potente. En este libro se habla de la temporalidad en el hombre chileno y hace mención a esa falta de vivencia del tiempo y al miedo imperioso en todo orden de cosas, como se plasma en estas líneas:
“…la falta de responsabilidad para cumplir compromisos contraídos voluntariamente y que no demandan trabajo alguno, como cuando alguien se compromete a asistir a una reunión o a realizar una gestión pero no lo hace, la falta de puntualidad horaria, o aún peor, dejar esperando y ocupar sin remordimiento alguno el tiempo del otro, sin aparente provecho propio de ese tiempo que se destina más bien a meras entretenciones caprichosas…”
y más adelante
“… los chilenos existiríamos en una ´especie de extratemporalidad´, en un estado de crisálida, sin un desarrollo aún bien adecuado de nuestra interioridad, como para que nos enfrentemos con coraje y en igualdad de condiciones ante el mundo. Es lo propio de una etapa adolescente de una cultura”.
Siempre he dicho que me gustan los chilenos ante todo, siempre he descartado la posibilidad de enredarme con un extranjero, por un asunto de no compartir idiosincrasias, pero que pena que esta preferencia me lleve a tener que transar con la no grata cobardía que distingo en ellos.
En fin, el libro mencionado me ayudo a entender que el desconcierto que me provoca el sexo opuesto tiene un punto de partida y es que esas características que no entendía, que me chocaban (aunque siento que aún me chocan) y que yo pensaba que se habían transformado en una constante en mis relaciones de pareja, son parte de una raza llamada “chileno” y cuando hay genes de por medio no hay mujer que se la pueda